Por qué y para qué actualizar los cuentos populares

Me han disparado dos preguntas a bocajarro: Por qué y para qué actualizar  los cuentos populares. Y esa su segura servidora, que desea cumplir con su obligación para con los amigos – si está, claro está, a su alcance -, intentará dar respuesta cabal a todo. Dice el cantante Raimon, que quien pregunta ya responde, y quien responde también pregunta. A él, pues, me encomiendo.

Para responder a la primera pregunta, necesito contestarme la cuestión siguiente: ¿quién dijo que yo actualizo mis cuentos? Y la respuesta es que, en efecto, y pensándolo bien, yo,  cuando mejor me siento contando los cuentos populares es cuando encuentro la manera de aliñarlos con un poco de algo que yo me sé y que se me antoja que es una buena forma de hacerlos más contables y más escuchables. Y esa mi primera respuesta me lleva derechita a pensar en la comunicación, ¡casi nada!.  Pero, me digo, al proponerme actualizar algún cuento de tradición oral, no hago más que poner en práctica algo que se ha  venido haciendo desde hace un montón de años, siglos incluso.  Pregúntense sino, por ejemplo, cómo es que un cuento del libro de Calila e Dimna,[1] del siglo III, “El religioso que vertió la miel y la manteca sobre su cabeza”, se encuentra perfectamente actualizado en la fábula de “La lechera” que La Fontaine compuso en el siglo XVII. Claro que, para los que anden dudando de esto, una magnífica colección francesa titulada Quand deux fables se rencontrent [2]se encarga de ilustrar esa mi afirmación.  ¿Y si a ese ejemplo le añadimos otro? Ahí va, pues el segundo de ellos. Cuando H.C. Andersen escribió su célebre cuento de “El vestido nuevo del emperador”, ¿no habría leído en alguna parte el que Patronio le cuenta al Conde Lucanor y que lleva por título “De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron paño”?.[3] Con su arte sin par consiguió no tan solo actualizar el cuento sino también hacer creer que el suyo era único y de creación exclusiva suya. Pero no me dejen terminar aquí con mis ejemplos. Permítanme que les hable de algunas de las  versiones de Cenicienta.  Entre la cartesiana y literaria de Charles Perrault, acuñada en la Francia barroca y cortesana del siglo XVII y la recogida en el siglo XIX de la boca de las gentes del pueblo alemán por los hermanos Grimm media un período de tiempo suficiente para hacernos comprender cuán arraigada estaba esta historia en las bocas y las mentes de las gentes de esos tres siglos y de contextos y mentalidades tan distintos y, sin embargo qué cambios y actualizaciones se pueden notar entre una y otra. Claro está que, en este caso, las distintas geografias y el cambio contextual y social son en gran medida los responsables de esas transformaciones. Pero si comparamos cualquiera de las dos con la que nos cuenta Badia Bouia en el volumen 2 de la Colección Cuentos de todos los colores[4] que ella mismo tituló “El zapato de oro”, veremos que las diferencias son también enormes, debidas, por supuesto a una mayor distancia geográfica y cultural entre las dos primeras, absolutamente europeas y la última. La ausencia de hadas o nueces en Marruecos no fue un obstáculo para descartar a difusión del cuento.  El hada se convirtió en genio y así se salvó los más importante: la narración de un argumento que llenó de interés y sigue interesando a tantísimos interlocutores y tan variopintos.

Pero eso no termina ahí. Mis amigos de Calco me obligan a preguntarme más cosas, como por ejemplo ¿para qué actualizo los cuentos que cuento? Salgo en busca de algunas palabras doctas que me permitan justificar esa mi forma de actuar cuando cuento. Y por fin encuentro justo lo que necesitaba: los folkloristas de nuestros días ya no creen, como los de antaño, que existe un “saber” popular inmutable, petrificado y al borde siempre de la extinción, sino más bien una serie de procesos de carácter comunicativo, como los que intervienen en cualquier relación humana y por tanto sujetos a las mismas leyes evolutivas.[5]

Pero ¿por qué extraña razón me habré enamorado yo de un texto que cita la palabra folklorista? Sí, ya sé que ellos son los que se ocupan de estudiar el folklore. Pero es que la palabreja en cuestión  tiene un matiz trasnochado  y pasado de moda que ya me dirán ustedes…Aunque, movida por la curiosidad, y puestos como estamos a recurrir a citas para explicar conceptos, me muevo de aquí para allá has que doy con algo que suena la mar de interesante.

El folklore es un tipo especial de comunicación que se utiliza en determinadas situaciones difíciles, delicadas, potencialmente conflictivas que se producen entre personas que están en contacto directo.[6] El folklore cumple una función poética y tiene una intención estética que le confiere su filiación literaria.

El folklore no se ha acabado porque ello implicaría la desaparición previa del contacto directo entre los hombres.  [7] 

Bueno, creo que no me puedo quejar. Una nueva cita me ayuda a poner punto y aparte a esas líneas, además de dar nuevas luces a eso tan fácil pero tan difícil como es el contar cuentos, actualizándolos o no. Éste es el milagro de la buena literatura. Gracias a ella descubrimos que el mundo está ahí no sólo para servirnos de él sino también para comprenderlo y representarlo. Y representar el mundo es convertirlo en una figura de nuestro pensamiento. Esto es lo que sucede cuando las cosas se echan a hablar, ya que no son sólo reales, sino también soñadas.

Gustavo Martín Garzo

“La madera que habla”

en: El País (04 /05/2002)

 

 



[1] Se trata de una colección de cuentos formada por cinco libros, o “tranta” escrita 300 anys d.C. Es un conjunto de fábulas de animales, apólogos, ejemplos que debían servir de reglas de conducta destinado a reyes y príncipes.

[2] Quand deux fables se rencontrent cuenta con dos títluos “La laitière et le dévot”  y “Le berger et le chacal (ambas editadas en Paris, en 1997).

[3] El conte Lucanor fue escrito en el siglo XIV por el Infante Don Juan Manuel.(Escalona 1282 – 1348), sobrino de Alfonso X el Sabio. Se trata de una novel.la que utiliza narraciones anteriores ya existentes en la tradición oriental. Y fue concebido como un manual para instruir jóvenes príncipes.

 

[4] Cuentos de todos los colores, Madrid: Espasa Calpe, 2000.

[5] ORTÍ, A, SAMPERE, A Leyendas urbanas en España,  Barcelona: Martínez Roca, 2000, p.. 21.

[6] PUJOL, J.M. “La crisis del folklore” a: Serra d’Or 359, noviembre 1989.

[7] PUJOL, J.M. ibídem

 

Creative commons